domingo, 21 de agosto de 2011

Segundo asalto: ruda lunación del deseo


Y a los ocho años resucitó de entre los muertos. Así volvió, en silencio, un miércoles de teatro a la plaza de siempre. Era uno de esos amores viejos y risueños, sabía de sobra que después de tantos días de dolor, debía llegar a ella así: callado, sereno y sin avisarle.  El gato desde el techo de la casa, lo escuchó llegar ese día a la plaza.  Allí sentados, el marido respiraba sus suspiros: ¿Por qué no hay registros de las muertes diarias de aves en el mundo? ¿Es que de verdad no interesa que caigan un par de alas de ángeles silvestres?
Preguntas insecticidas de una mujer que desayunó “soledad al marido”. El marido es un artesano de historias para un hijo con ojos grandes, como de muñeca. Mientras caminan hacia la casa en medio de una mañana de ruidos, de escandalosas compasiones para con ella misma, resuena en su cabeza un sol de mil razones que la invita a callar y a dejarse amar por quien quiera que fuera ese marido, a quien ama, con quien es feliz. Pero al llegar a la casa al mirar el mueble y las alfombras de la sala, la sacude el recuerdo: ¿Por qué olvidarían los dioses tocar en la ventana las cinco cuerdas del arpa, donde nace el viento que cura la culpa a puntadas de olvido?
 Al instante llega el niño corriendo, Sara lo abraza, lo besa y le entrega un pancito de queso con bocadillo. Siempre que lo mira, desea que esa vida la hubiera engendrado ella, pero no, sería su hijo sólo por el tiempo no porque fuera carne de su carne. Despide al marido que se marcha en compañía del niño. Al marido, el beso de rigor y una mirada que promete pasión nocturna. Al niño, otro abrazo que dispara amor. Al irse todos, sube a la habitación. Frente al espejo la figura completa de esta mujer que es igual a una esbelta piedra de ruda sensualidad. Mira a su alrededor, se detiene en la cama de madera tendida con la colcha de retazos que hizo la abuela. Se dirige a la ventana y siguen las preguntas: ¿Cuántos gusanos fallecieron hoy? ¿Podrá algún pez morir de vejez?
Suena el teléfono. Cinco pasos, escalera abajo, dos más a la izquierda. Allí la mano alcanza el teléfono. Una voz masculina:
-Sara… sabes que te sueño dibujada de acuarelas en éste mi cielo rojo.-
Aparece el gato, silencioso testigo del desagravio. Su cola le serpentea entre las piernas. Sin un sonido, sin un adiós. Sin furia ni compasión ella cuelga el teléfono. Carga al gato que no es triste ni azul pero tampoco olvida. Sara lo mira con sus ojos quietos, leves y sin azar. Sin más descifra un “te extraño” en el ronroneo de su gato. Su inquietud por los animales era la inquietud por un Hombre Reptil que la asaltaba entre risas y llanto. Entonces el recuerdo de ese cuerpo se encarama en su hombro izquierdo y le cuenta:
-Hace tres santos días que, mano a mano, destrozamos sueños, calles, puentes, mares, cielos, ropas, sorpresas, fechas, sobras… El mundo está escondido dentro de cestas de basura que llaman casas. Si se mueven con llantas entonces son carros o buses. Si vuelan, que no ocurre casi, son aviones.-
Sara camina aún con el gato. Un botón y suena la música. El gato huye. En el aire de la casa, Cibelle con Green Grass. Sara busca la luz del sol de razones. Suben sus manos suaves por su cuello a la cabeza, le apetece seducirse en nombre del recuerdo de ese Hombre Reptil. Se hace pensamiento y viaja hasta el oído de su deseo:
-Están mis labios anhelantes por unos besos náufragos, está la piel encendida, las manos repletas de caricias, las piernas inquietas, el abdomen fragoroso, el cabello extenso pendiente de jalones, los ojos alertas de la más mínima señal de tu deseo, para de ahí extasiarse la mente en inverosímiles recuerdos e intensos anhelos… El cuerpo provoca, necesita, solicita… encuentra tu ausencia y su sola presencia; el sexo abrasado no dará un paso atrás, buscará explotar. La mano responde, llega, le explora, le atrapa, le enciende y todo empieza a entibiar. La mano delicada es ahora fuente de finitos espasmos cada vez más fuertes, cada vez más placenteros… Ahora todo es calor, la boca apretada explota en gemidos, el cuerpo se retuerce mientras una mano lo recorre la otra lo provoca, las piernas parecen no poder explayarse más, el cabello destila un vaho de agradables olores de mujer que sabe a mujer y de repente más calor, más gemidos, más girones, aumentan más, más, más. El cuerpo lo ha pedido y ahora solo quiere más… todo se hace etéreo, me descubro llena de placer en el aire, todo es fuerte. Más jirones, más gemidos. Y aquí la luz apocalíptica del placer todo lo inunda, todo quema hasta el gemido final… tibias aguas circundan y la mano regocijada en ellas se detiene… se relaja… todo acaba.-

  Otro día cualquiera. En el lugar sin cómplices.
Al abrir la puerta halla enseguida la mirada obscena que contrae sus caderas y despierta sus pezones. El beso les resulta cálido pero insuficiente puerta al goce que desviste al otro. Ahora ella con su boca roza el oído del Hombre Reptil que escucha atento con besos las palabras para él. Ella comienza:
- En tu boca suena la noche a luna callada, a estrellas secreteándose el falso destino que nos depara. Los gemidos son aullidos de perros callejeros clamando cariño. Este encuentro pare letras que del insomnio nacen.-
El gato, en su complicidad, escucha y observa callado, atónito lee los vertiginosos pensamientos de Sara y su Hombre Reptil. En el mismo mueble de siempre, despacio, despacito hasta la desesperación, corren susurros que tejen cuerpos con la sorpresa de un ojo que descubre en su sangre el tiempo. Ella le incita:
-De otro cuerpo he recibido ese sorbo de humanidad que me permite estar aquí contigo, que me recuerda que he vivido de sentidos, de mi piel. Pensaba ayer, mientras ejecutaba malabares con mi pierna para cortejar tus ojos, que si acaso mi sonrisa te distrajera, jura no olvidar que tengo un señuelo de dulce andar y que con él he debutado engaños para obtener caricias, este sabe de oportunidades y crueldad, casi tanto como la seducción.-
Bajan sus dedos de reptil tras el recorrido de las arterias de Sara. El tacto de él espanta sombras en su piel. Su cuello late. Siente la agitación catastrófica de las tensiones de piel. En la oscuridad de sus parpados cerrados se dibujan con alientos el encanto para la eterna lujuria de dos sexos sin azar. Con los besos de su mano, Sara le revela la verdad que tienen los amantes grabada en la carne:
 -Es esa húmeda orilla de playa -le secretea-, ese espacio siempre mojado y brillante que se mantiene en el ir y venir de las olas, esa es la fidelidad que a la pasión le profesan los amantes.-
Sin darle tregua a ningún movimiento, continuó en su oído:
-En la vida nada se iguala a santiguar tu sexo. Desde mi boca, con mis manos o sin ellas, te enviste la alegría de lanzarle perversos rezos a tu cuerpo. -
En la huida de las conciencias, entre la amenaza de los espasmos que les llegan y se van, la dama que habita en Sara muere en el verde ácido del toque del Hombre Reptil que la calcina de deseos satisfechos.  Se olvida de palabras la boca, no es posible siquiera que puedan enunciar el bullicio de los cuerpos que se encuentran para renunciar a todo “espaverso”. El Orgasmo es el apocalipsis.
-¿Qué más no queda? – Pregunta el Hombre Reptil en legítima defensa.
-“Gemir es mejor”, tengo fe en esas palabras.- Responde Sara, queriendo callarlo. Justo cuando le llega el espasmo final, ella toma entre sus manos la cara del Hombre Reptil y le explica a su mirada absorta:
-No son las marcas que dejaste en mi pecho ni los rasguños que imprimí a tu cuerpo, no son ellos quienes lo provocan. Aunque estén sangrantes las heridas en los labios por estos besos infernales, también es verdad que nos extrañamos y extraviamos cada vez que consumimos ese hilo dudoso que nos reúne y nos separa. Mi cuerpo te siente en previos, me susurra al oído que pronto todos los que te habitan vendrán a mí. Entonces sueño que me dibujas, me pintas y me escribes. Luego muero en cada una de tus miradas. Tus manos, sintiéndose culpables, me resucitan de un soplo.-
Con la sangre fría o, como le llaman, con estilo, que es lo mismo, Sara se levanta un poco mareada rumbo al baño de la habitación. Como su gato, anda en pasos suaves y sagaces que mueven toda su vanidad. Invita con un beso al Hombre Réptil a seguirla. Escaleras arriba él la detiene. Ella, con su rostro pleno de satisfacción y tranquilidad, no le deja hablar y sigue el camino. Entran a la ducha. Mientras la atrae por la espalda, le sentencia:
-Ya me he lanzado a lo inhóspito de no conocer tu sentir, de no poder hablarte, pues no me escucharás, aunque pueda tocarte todo cuanto quiero. Seremos nubes perseguidas, minutos sedientos de tiempo. Después de algún tiempo, solo tendremos el lento transito del silencio que recordará estos agravios. Solo para que sepas: luego de 8 años, después de tu abandono, me encuentro hoy felizmente casado. Lo bueno es que, viéndote en esta casa, tengo la certeza de que no planeamos dejar de estarlo…-
Sara se voltea y mientras lo besa compasiva, enseguida agrega:
-… así como nunca planeamos encontrarnos nuevamente, no hablemos de los fantasmas pasados ni de los que se fecundan en cada paso. Aquí estoy porque soy feliz en tus brazos y en los días de él. No tengo porque escoger.-              

Por Rafaela Vega.

2 comentarios:

  1. Al menos a mi, la complicidad de este gato me ha causado una suerte de fascinación, no tanto por las veces de voyerista que hace en la trama sino por el silencio que guarda, dada su naturaleza de animal. ¡Que afortunados esos amantes! –diría alguno– ¡El afortunado es el gato! –digo yo.

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  2. Opio en las nubes es mejor trip,trip,trip.

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