miércoles, 22 de septiembre de 2010

Lourdes

Crear un mundo aparte -pensó mientras en su rostro se asomaba un gesto de inconformidad, como cuando sabemos que ni las lágrimas ni los lamentos pueden cambiar el rumbo de las cosas-, fue la idea más rápida que cruzó en aquel momento por su mente. Y aún dentro del carro, divagaba entre la imagen perfecta para aquel mundo y el camino que sus pasos recorrerían mientras retrocedía al lugar de donde había salido.

Arrepentirse antes de entrar a aquel lugar, nunca lo consideró. Verla era lo único que quería, decirle dos o tres palabras que el tiempo le había robado y que esperaban ser enunciadas aun cuando supiera que no tendrían más refugio que el aire. Mientras pensaba en las palabras que nunca dijo, ya había pasado la puerta principal, iniciaba otra de las tantas torturas que le carcomían en silencio el alma y el corazón; y no se trataba tan sólo de aquel olor a café que se introducía lentamente como una aguja en su estómago sabiéndolo como presagio de lo inevitable, mucho menos lo eran tantas personas desconocidas tocando su hombro y pronunciando una y otra vez esas palabras desgarradoras y sin sentido que en aquel instante no podían faltar. No fue el sentirse presenciar un anti-circo en el que al igual que en sus sueños quedaba terminantemente prohibido por consenso general llevar una sonrisa o un color vivo que pudieran quitarle protagonismo al anfitrión del momento.

Pudo pensar que se trataba de la misma tristeza que desde siempre le asistía, pero esta vez era más que eso, ¿acaso no se trataba de la ausencia? ¡Sí! Efectivamente lo era, era quien la acompañaba, además de una desmedida rabia por no lograr entender lo que sucedía a tan poco pasos de ella. Quizá una respuesta hubiese sido suficiente, o no, a lo mejor no lo hubiese sido, recordó que las respuestas sólo traen más preguntas, y más difíciles. No fueron en vano las miradas que hizo en torno al lugar: sólo percibió simple curiosidad, apoderamiento del dolor ajeno, consideración, pena, consternación, tristeza y sin lugar a dudas la maldita lástima de la que siempre renegaba, esa que llegaba, quiso creer, por añadidura.

No paró de pensar en lo absurdo que sería huir, aquella ausencia la perseguiría donde se ocultara, y ella lo sabía. Ya no se trataba de desafiar, no olvidaba que generalmente las situaciones nos enfrentan a nosotros, y cuando eso sucede, no hay tiempo para tomar el control. Logró acercarse a ella, y la imagen siguió siendo tortura en medio del desierto, porque esa, sería la última vez que la vería con sus ojos aún abiertos, y con aquella sonrisa fingida que conservó hasta el último minuto.

Su compromiso como la más cercana, era cerrar aquellos ojos que se rehusaban a hacerlo, que se negaban rotundamente a ir a otro lugar, a dejar de ver cada movimiento, cada gesto y cada mirada que se arrimara junto a ella. Sabía que el acercar su mano a lo largo de ese rostro era pronosticarse la muerte junto a ella, era sacrificar hasta el último de los sueños que tenía para esperarla durante la noche.

Ese fue el momento en el que logró entender que se le había pasado la vida esperando palabras y abrazos que nunca llegaron, porque no había conocido como quisiera a quienes la habitaron, a quienes habían llegado y se habían marchado. Y fue así que todo pasó tan rápido, y lo que antes había sido claro en aquel momento ya no lo era. No hubo manera de detener el tiempo, ni siquiera de ambientar el mundo que ya había creado para estar junto aquel ser que había sido para ella más que una luz de las que muchos creen salvación.

La mano finalmente había cumplido su misión, había recorrido el pasaje frío del que tanto huía. Y ahora, cuando aquella mujer se había marchado sin dejar rastro alguno, no dejó más que una marca en las palabras y la sensación de cansancio que sostiene el alma y que a cada minuto se acrecienta tratando de impedir que sus estantes se llenen de más ausencias y olvidos.

Xururuca.

Fuego

Para Akayi



El mar ondulante y yo
me encuentro en uno de sus
vórtices,
entonces tu me miras con
esos tus ojos de gigante,
de criatura mitológica,
soñando desde este borde de
mis abismos, buscándole
respuestas a la luna,
sabiéndote inmortal en este valle
de concreto y construcciones
oníricas.
Y entonces espero, espero no
encontrarte en mis lágrimas,
soñando con penetrar más allá
de estas murallas que nos
encarcelan.
Cazando atardeceres como si
fuéramos fantasmas, criaturas
Invisibles
escarbando en la arena eso que
alguna vez llamé mi alma, ese
juguete perdido en la nefasta
inmensidad.
Descuida, es tiempo de extraer
mi piedra de la “locura”


Por: Joaquín Ramírez Jiménez

jueves, 16 de septiembre de 2010

Y aún no comprendes

Sentada en la acera, su padre la observaba con incredulidad. Perdida y opacada por la presuntuosa voz, sólo afirma con aparentes movimientos de cabeza. Atendía no muy convencida a las reglas que le imponían:
- Mira, es fácil- decía su padre,tomando medidas de la extensa calle-, no creo que sea necesario volver a repetírtelo. Sólo cruza y regresas… Después de tantos intentos fallidos todavía guardo algo de esperanza, relativamente fácil…
Sin tanto preámbulo la niña se aventuró a cruzar la calle. Con cortos pasos iba poco a poco llegando a la otra acera. De vez en cuando giraba su cabeza para ver a su padre, que con las manos indicaba que continuara. De momento un vehículo chocó con el cuerpo de la niña, unos leves giros recorrieron toda la ornamentación del vehículo alejándola algunos metros atrás. El padre corrió a socorrerla: la determinó defraudado. El cuerpo yacía destrozado, gota a gota desangrando vital energía… Tomándola por sus frágiles brazos, levantó el cuerpo marchito. Fue de nuevo a la acera. Acomodó sus pies de tal forma que tocaran el asfalto. Sostuvo como quien ensambla un maniquí, limpiando algunas manchas para poder mostrar su producto:
- No entiendo por qué se te hace tan difícil –comentó su padre-, sólo tienes que mirar a ambos lados y lo tienes… ¡Ponle ánimo, tu puedes! Después de tanta práctica no entiendo por qué aun no comprendes –lanzando a la niña a repetir el ejercicio.

Hernán Grey Zapateiro
Noviembre 1 de 2009

jueves, 9 de septiembre de 2010

Los espectros del tedio
Golpean las puertas de la habitación
Mientras un cuerpo desolado
Intenta escabullirse por la ventana.
                                                                           
Liceth Ruiz
LIZHO

lunes, 6 de septiembre de 2010

BAJO LA NEVERA VIEJA


La idea de las cosas muertas es de mi mamá. Ella siempre habla de que cuando las cosas no sirven, están muertas y van a la basura o al fondo del patio. Desde hace años pienso en el fondo del patio como el camposanto de las cosas viejas, dañadas u obsoletas. Las cosas pequeñas o que no pueden venderse al chatarrero, van directo a la caneca y se la lleva la basura los miércoles, los viernes y los lunes. En casa hay un camposanto de cosas viejas, antiquísimo, más viejo que yo, no sé qué tanto, donde van a parar todas las cosas muertas. Es  mi mamá quien decide qué se considera una cosa muerta y qué tiene arreglo. Las cosas muertas van para el final del patio, contra la pared de ladrillos que algún día fueron de ese color y ahora son verdes y marrones.
Mamá es muy organizada. Ella lleva el inventario de quiénes han sido responsables de la muerte de las cosas y además es muy justa, porque se pone estrictamente al inicio de la lista:
Mamá, una nevera de dos puertas, una estufa comida, dos ollas desculadas, un caldero requemado, un pilón en desuso, un peinador apolillado y un armario con comején;
Papá, un taxi que ya no consigue partes, un escaparate oxidado, un baúl de herramientas dañadas;
Mi hermano, una Yamaha 80 que ya no tiene más arreglo, una bicicleta machacada con un bate de aluminio y un bate de aluminio machacado;
Yo… antes decía “juguetes desarmados” pero ya no están allí, mi mamá los guarda en un arcón en el que guardaba telas y vestidos de ocasión.
Conozco bien cada rincón en el camposanto de las cosas muertas. Es aquí donde juego todo el tiempo. Desde que mi hermano dejó de jugar conmigo, creció y creció, se fue para el ejército y no volvió, ya no juego en ningún otro lugar, sino aquí, en el camposanto de las cosas muertas.
A veces juego con mi vecino, bueno yo digo que es mi vecino porque me parece que es él, no estoy seguro y no me atrevo a preguntarle para no molestarlo. De lo único que me acuerdo de mi vecino es de cuando él se metía al patio a hablar con mi papá… dizque se aburría porque vivía solo… eso era antes de poner la pared de ladrillos, y lo último que recuerdo de él, es cuando estaba ayudándole a mi mamá a lavar la ropa y mi papá llegó y como que no le gustó y pelearon y mi mamá le pegó con el pilón en la cabeza. A nosotros nos hicieron entrar, mi hermanito, que era más pequeñito que yo en esa época, no se acuerda de nada, pero yo sí me acuerdo que mi papá nos amenazaba con una palera si nos asomábamos. Entonces escuché la pala haciendo un hueco en el patio y luego los vi sacar la nevera de dos puertas que teníamos y ponerla en el cementerio de las cosas muertas y desde entonces, Polanco, el policía, visita a mi papá los miércoles y los viernes, después del camión de la basura, para que mi papá le dé una plata.
Mi mamá nos prohibió ir a jugar en esa parte del patio, pero yo siempre fui desobediente y me metía en la nevera a jugar, me encerraba y jugaba a viaje al fondo del mar con mi hermanito pero casi siempre solo, hasta un día al medio día, después del almuerzo, que me quedé dormido dentro de la nevera y me despertó mi mamá llorando y me llevaron a urgencias y después, no me acuerdo. Solo me acuerdo de ver crecer a mi hermanito, de ver a mi mamá parada frente al arcón, sin abrirlo, de ver a mi papá sentado sin hablar donde se sentaba hablar con el vecino y claro, de mi vecino, aunque no estoy seguro que es él… pero sí, sí el él y tal vez algún día, que estemos jugando entre las cosas muertas, le voy a preguntar, si él no me dice primero.

William Hurtado Gómez, agosto de 2010

domingo, 22 de agosto de 2010

Espirales

 “Dios mío, todos somos arrastrados
Hacia el mar sin importar cuanto
Sepamos ni que digamos o hagamos”
 (Jack Kerouac)

Cuando despertó lo primero que pudo observar fueron cuatro paredes. Se deslizó por una de ellas, estaba fría como la piel de un muerto. 4 paredes geométrica y uniformemente construidas. Sus sentimientos se encontraron  como aves de rapiña frente al descubrimiento de un cadáver: desorientados, abrumadoramente desequilibrados. Los días parecían no haber acontecido, todo yacía inmóvil como las ruinas de un laberinto, no había espacios para hacer absurdas preguntas. Las paredes eran tan blancas como los baños de un hospital, al transcurrir los días se fueron tornando amarillentos, aceitosos y espeluznantes al tacto.

Aproximadamente 20 metros bajo tierra, un pequeño ducto de ventilación  que simulaba inútilmente  el espacio de una claraboya, luz artificial, desesperante y enceguecedora. Ella permanecía inmóvil, arrojada en un rincón, el hombre descendía cada 2 o 3 días y por un pequeño agujero ubicado estratégicamente sobre una de las paredes, le extendía el recipiente lleno de un liquido que ella consumía ansiosa y desesperadamente. Deglutía  vorazmente, sus ojos desorbitados simulaban esferas estelares en permanente caos. Sueño. Se despertaba por el ruido, el orificio construido para proveer el alimento se transformaba de inmediato en una pantalla a la cual asistía como única espectadora. El hombre siempre iba acompañado de un enorme perro que lo observaba con un extraño sentimiento de filiación; suficiente como para pensar que podría permanecer  junto a él por lo menos una eternidad.

Se sentaba en una voluminosa y espaciosa banca, y con un gesto despreciable ordenaba al can que hiciera lo propio en el suelo. Acto seguido, tomaba un pequeño cuchillo con el cual  se hacia una pequeña incisión en el abdomen­ –justo debajo del ombligo- y con unos finísimos y largos dedos extraía una tripa que halaba con delicadeza, mientras emitía una sonrisa grande, un sórdido y escatológico gesto de placer, luego le hacia una seña al perro que siendo obediente a la orden  empezaba a lamer lo que a ella, al otro lado, le parecía ser un  fragmento de intestino largo y sanguinolento. La situación se reiteró muchas veces, el hombre solucionaba todo realizando un casero procedimiento quirúrgico, que podía mantener casi intacta la herida hasta la próxima sesión.

Transcurrió mucho hasta poder percatarse de los cambios, había subido muchos kilos, la periodicidad con que se le suministraban los alimentos había aumentado considerablemente, 6 y hasta 10 veces por día, podía calcular las entradas del recipiente que cada vez era más grande. Ella consumía con ansiedad (el liquido) y se sumía en lo que más que cualquier cosa se había  constituido como un ritual o una ceremonia privada.

20 metros. Allá abajo el sonido era prácticamente inexistente, se había sumergido en grandes siestas en las que los sueños figuraban como ausentes. Crac, escuchó ruidos y un chirriar de escaleras, el hombre se aproximaba, el perro ladraba con mayor desespero que las anteriores veces; se levantó del rincón, esperando ansiosa el misterio que lograba separarla del otro lado.

Escuchó un girar de cerradura y pudo observar (desde su gélida percepción) como se abría una puerta secreta ubicada justo en medio del concreto. Al otro lado, frente a ella, se hallaba el hombre con esa horripilante  y marcada sonrisa; de sus labios (y entre sus carcomidos dientes) pendía un enorme tabaco, del cual inhalaba y exhalaba grandes bocanadas de humo, que desembocaban en el aire creando pequeñas figuritas.

Por primera vez  sintió miedo, el perro permanecía amarrado a la mano derecha del hombre, desesperado, intentaba zafarse de las gruesas cadenas. Parecía sentir mucho más miedo que ella, mientras él reía a gritos y se le enrojecía el rostro.

Del otro lado empezaron a escucharse quejidos, los había dejado solos en el pequeño cuarto, mientras sujetaba firmemente la cadena y se la llevaba a la mano izquierda dándose en la misma unos suaves golpecitos. El gesto de su rostro  revelaba victoria, había logrado su objetivo, la había alimentado lo suficiente como para que alcanzara el tamaño de una gigantesca persona, le había suministrado lo necesario; grandes jornadas de sueño y enormes cantidades de sangre.

Sí, había engordado lo esperado, lo suficiente como para devorar de unos pocos mordiscos al perro, que emitía sonidos tan espeluznantes como los cerdos cuando se les dan los primeros golpes previos al sacrificio y… sí, sonreía mientras se repetía a sí mismo con júbilo y alegría: ¡ Mi niña, mi niña por fin ha crecido! La pequeña pulga creció y se infló, comía su primer pedazo de carne, ese que la liberaría, ¡esa insaciable hambre que justificaría la enorme sonrisa de su padre!  ¡Por fin había sido iniciada en los grandes y aberrantes placeres del mundo!

¿La carne como principio de todas las cosas?

Por: Joaquín Ramírez Jiménez

Diálogo para dormir

Aquella noche no paró de llover. Mamá me había dejado en casa del señor Amador, el único viudo desocupado que podía controlarme y, con el carácter necesario, tenerme a raya, a pesar de su discapacidad.
Como tenía sueño entré a mi habitación; no tardarían en escucharse sus ganas de compañía: cada vez que tenía sed golpeaba rápido y muy fuerte su taza de metal para que fuera a servirle. Esta vez demoró en llamarme y tuve tiempo de una historia más.
Entré y me recibió con el cañón de su pistola apuntándome a la cara. “Es de la guerra ¿sabes?”. En ese momento mis nervios no dijeron nada. “Cuando todavía era joven me dedicaba a matar moros, esos tiempos pasaron… nunca perdonaré la equivocación que tuve: acababa de conocer a Sara, mi mujer ¿la recuerdas? Acababa de conocerla y la amaba pero, es que aquel día ella entró en este cuarto sin tocar la puerta ¡le dije muchas veces que no entrara sin tocar! …Ella vio algo horroroso.”
Los movimientos me pesaban. Afuera el sol poseía la tarde, su luz iluminaba  cada rincón de la casa. Amador bajó el arma y empezó a limpiarla con el afecto cuidadoso que sólo un anciano viudo e inválido puede darle a los recuerdos. “¿Y qué paso luego señor?” “Pasó que con esta arma, esta misma que ves… Los encerré en ese closet, con el cañón señaló el closet, encerré a mi general y a ella y les disparé, los maté a sangre fría. Maté a la dueña de mis mares y a él; la maté pues ella nunca debió ver nada… Desesperado, me llevó la ira… No sé como llamar a lo que sentí, tal vez vergüenza: los maté, y no sé si me arrepiento. He tratado siempre de entender lo que sintió ella en aquel momento, he querido estar en su lugar pero la soledad y estas malditas piernas no me patrocinan nunca mis excesos, ni nada. ¡Ayúdame!” “¿Cómo señor?” “Pues entra al closet y me dices como se siente desde ahí, anda ve”. Casi me empujó, me tomó del brazo y me condujo al closet, luego tomó distancia y apuntó. Antes de entrar mi segundo pie escuché cómo  amartillaba el arma Luego cuando salí él estaba muerto del llanto, ahogándose en lágrimas y sudor, con la pistola en sus piernas. “¡No puedo hacerlo!” -decía llorando-. Se cubría la cara. “¡Esta vez no!” Luego me abrazó fuerte, me besó con delicadeza en la boca y andando su silla de ruedas se acercó a la madera del viejo guardarropas. Con una dificultad que daba lastima ver entró en él y cerró la puerta.
El sonido horrible de un disparo ensangrentó todo cuanto tocó y estalló de muerte a la vieja silla de  ruedas.  En menos de un segundo la cabeza del muerto golpeó la puerta y el cuerpo inútil cayó acostado afuera del closet, a mis pies.
La misma lluvia del principio continuaba aún. Por primera vez el señor Amador sonó la taza de metal muy fuerte pidiendo compañía (¡se molesta si lo hago esperar!), levanté mi sopor del suelo y fui a atenderlo rápido.

Por Juan David M. Mogollón

jueves, 10 de junio de 2010

Romeo y Julieta

-Buenas Tardes- dijo el hombre de unos treinta y cinco años, obeso, alto, de cabello negro, corbata y con un reloj de oro en su muñeca.
-Buenas tardes señor Romeo- respondió el otro,  un viejo,  de unos cincuenta años, también  obeso, canoso en los pocos cabellos que le quedaban. Lo acompañaba una  mujer bastante joven y hermosa. 
Pese a su apariencia el hombre hablaba con firmeza y sus movimientos eran bastante seguros: -No me andaré con rodeos, señores Capuleto ustedes ya conocen mis intenciones como se lo manifesté en la carta y he venido aquí por su hija, me interesa mucho desde el primer día que la vi y tengo el propósito de  casarme con ella, lo cual podría ser en una semana, el día domingo por ser sagrado –dijo abruptamente, el señor Romeo-.
-No podemos negarle ese derecho; sin embargo sería bueno nos resumiera, debido a su afán, sus recursos e intereses- indicó inquisitivo el señor Capuleto.
-Por su puesto no esperaba menos que hacerlo - Dijo mientras acomodaba su corbata.
-Soy abogado con varios años de experiencia, lo que me sirve para vivir bien y comer lo suficiente, como lo demuestra mi gran barriga; tengo una casa de dos pisos hermosamente decorada, con aire acondicionado y muchos electrodomésticos…  Se encuentra al suroeste de la ciudad y pueden visitarla cuando quieran. En cuanto a mis intereses,  me gusta mucho su hija y sé  que podrá  darme buenos hijos. Tengo todo para cuidarla y garantizarle muchas cosas: educación, cosméticos, viajes, salud, entre otras. La cuidaré bien, lo prometo. Y bueno por ultimo quiero llevar un matrimonio santo, enmarcado en las costumbres que nos dicta la providencia y de la que no debemos olvidarnos - expresó bastante persuasivo Romeo.
- Entiendo, lleva una buena vida por lo que veo y es profesional con experiencia- dijo mientras se sumía en sus pensamientos.
La sala se mantuvo en un completo silencio por unos minutos, mientras el señor Romeo esperaba su respuesta.
-¡No se diga más! Usted me ha caído bien. Sé que la providencia los bendecirá y  que cuidará bien a mi hija, la traeré ya mismo- exclamo bastante emocionado, en contraste con el silencio sepulcral y la actitud pasiva de la señora Capuleto.
Se levantó de su puesto y cruzó la sala hasta una de sus puertas, la abrió y entró.  Al cabo de algunos instantes trajo consigo una hermosa niña de aproximadamente cinco años de edad, pelo lacio bastante largo, delgada, piel en extremo blanca, vestida con un traje entero blanco con un lazo rojo en la cintura. Caminó con la niña unos pasos, quedando a pocos pies de la señora Capuleto. Acto seguido se arrodilló y dijo susurrando: - Julieta desde ahora ya no te cuidaré más, tu nuevo padre y algo más que éso, será este  señor que se llama Romeo, deberás hacer todo lo que él te diga, todo sin ningún temor, tendrás que jugar con él, abrazarlo, besarlo, pero en especial hacerle caso y así podrás aprender muchas cosas de él.
Julieta se quedó callada mientras miraba al suelo y a todas partes al tiempo, sin saber qué sucedía.  Su papá le dio un abrazo y se la entregó a Romeo. Éste la tomó por el brazo y la acercó. La abrazó, acarició su pelo y tocó cada parte de su delgado cuerpo. Luego metió la mano debajo de su vestido mientras la besaba en la boca. Julieta se quedó quieta y simplemente dejó que Romeo hiciera lo que quiso.
-¿Cuántos años tiene exactamente? - Preguntó después de terminar de besarla.
-Cinco años y cinco semanas-
-Bueno disfrutaré de ella, hasta que me dé hijos… - Con lo que soltaron una carcajada los dos hombres en el lugar-.
Después de esto Romeo sacó a Julieta de la gran sala y desde fuera se despidió, no sin antes pedirle a los padres que asistieran a su boda.
-Como les dije,  será en una semana,  en la Iglesia Central a las ocho en punto, los espero.
                                                           
                                      Eduar Ramos Barragán

Ansiedad

Siento ganas, muchas ganas, arrebatadas, incontenibles, desbordadas. Esta habitación es un martirio, este encierro es asfixiante. Quiero acción. ¿Por qué me limitan, por que se empecinan en decir que  esto tan agradable es una enfermedad? Acaso, ¿no es esto una necesidad fisiológica? Déjenme salir de aquí, prometo hacerlo solo una vez y con alguien conocido ¡por favor! No aguanto más, dos horas aquí han sido mucho, tráiganme por lo menos un cigarro, una botella de whisky, algo que calme un poco mi ansiedad.
¡Doctor!  Asómese a la puerta le prometo que le irá mejor conmigo acá dentro, usted sabe que lo necesito, por favor ¿Qué le cuesta? Haga de ese momento parte de la terapia.
¡¡¡Doctor!!! Impotente, Puto impotente! ¿Quién se ha creído para amarrar mis ganas en cuatro paredes? Lo que llevo entre pierna y pierna es mío…
-¡Katry! ¡Contrólese!
…un exquisito regalo de Dios, un deleitoso dulce que muchos quisieran saborear; usted sí es el maniático, obsesivo con su labor. ¡Enfermo! ¿A qué hombre se le ocurre encerrar en un cuarto oscuro y vacio a una mujer tan hermosa y ardiente? Usted no lo ve, es como extraño… ¡Maldito gay! Escúcheme’’… Déjese de moralismos, de profesionalismos; vamos tómeme, estoy en llamas ¿no quiere calentarse un poco? Quiero sentirlo aquí, dentro de mí, por favor no sea cruel…
- ¿Cómo se siente Srta. Katry?
-Con ganas de devorarlo señor… Se ve tan lindo, tan excitante. Mmm, esa mirada suya… Tómeme, tómeme, no sea así, yo sé que usted me desea, ya no ponga resistencia.
- Katry, contrólese, aléjese, suélteme.
*No. No lo voy a hacer, no quiero. Es normal que actúe así ¿no le parece? Jajá, además si algo he aprendido de la vida es a no controlar mis impulsos; todos y cada de uno de ellos me satisfacen, sea en el instante en que se arrebaten, en cualquier lugar, a cualquier hora; cualquier hombre es perfecto para moverse dentro de mí y, usted no me mire así, no se escapará, calme mis ansias querido doctor, qué mejor medicina que… ¿? Guao, está ardiendo en fiebre, quemémonos mutuamente.
-  Srta. Katry, por favor!!
-*¿Qué? Confíe en mí no se va a arrepentir, déjese llevar… Así, así, suavemente; está en manos de una experta y yo también. ¿O no?
- CLARO HERMOSA, ya deja de tocarme allí.
-Pícarón…! Demuéstramelo entonces… Dámelo todo…
- Rayos, qué más da? Siempre ocurre lo mismo.

Por: Liceth Paola Ruiz Ortiz
       (lizho)

Dora


El pasar de los días hace crecer más y más  esta cama  este cuarto. A mí queriendo aplastarme.  Me gustaría tenerlo a mi lado. Extenderé la mano tocaré su tosca mano su cuerpo bien formado su baba olorosa a nicotina su palomorenoaguado. Me sacudirádirá que es  cansancio. Me despertarán sus ronquidos sin perder tiempo prepararé café. Lo despertaré para que llegue al trabajo al despedirse un beso indiferente pero sabroso. Le advertí que los postes son y se marean no hizo ni pizca de caso siguió revolcándose con esas zorras ni siquiera una ni en el entierro del hermano llevó a la perra que vendía chance su familia es una alcahueta no respetó que  iba con mis dos hijos les di plata para que se devolvieran a casa esperé al final fuera del cementerio con el olor a muerte frente a nosotros mis uñas le marcaron la cara la hijueputa me arrancó cabello nada de éso sirvió lo amenacé otra vez con la mano en la masa te corto las bolas y a ella le pego un tiro Marcos me prestó un revolver tenía mucha energía guardada en el aire  cocinándoseñameplátanoolíamoslambíamos echó sopa fuera de mí acabó muy rápido nada lo hizo cambiar Daniel me dijo con el peor padrastro que hemos tenido te quedaste espía a María mientras se baña me mostró revistas y películas de sexo porque era hora de paja María dijo que una noche se paralizó porque la mano peluda le recorrió debajoencima de la ropa en la negrura de la mañana él con un billete de mil y un gracias por haberte dejado por ellos soy capaz de sacarme los ojos para darles de comer a él no lo quería perder no le reclamé hubo peleas y peleas nada de éso lo hizo cambiar hasta que el vaso rebosó. Ya no volverá. Está con la vendedora de pescado o con la confitera les pedirá experimentar por otro hueco paciencia porque esta quincena no puedo dar plata comprensión porque tu eres mi dueña la que vive conmigo no me veo con ninguna ¿Dios qué he hecho? ¿Por qué mis padres me tiraron como bolsa de pollo en manos de Abuela? ¿Por qué hubo tantos maridos como abortos? ¿Por qué creer encontrar el amor y perderlo como la moneda que se cayó en el excusado mientras cagaba? Todo y todos me han abandonado como el niño a su madre después del aborto. Ya no aguanto. Ya no pienso. Tengo otro palodobladogrande. Soy ahora la otra. ¿Su mujer sentirá que la respiración es un gusano? ¿Ganaría un televisor de segunda y una cama ruidosa? Estará acostada escuchando el llamado de la noche. Su garganta está seca. Sus pies calientes. Dudará. Prender o no prender el foco. Mirar o no mirar en el espejo el sudor las arrugas el dolor. Ir o no ir por agua a la cocina. Entrar o no entrar silenciosamente al cuarto de sus hijos arrodillarse llorar besarlos despedirse. Permitir o no permitir a la cuerda o el matarratas que ayuden de una vez por todas a la noche a extender sus bonitas alas sobre ella.
POR: JUAN MANUEL GONZÁLEZ SEQUEDA

Seis en punto

Por Joaquín Ramírez Jiménez

Difícil precisar quién sería el próximo en la lista; la distancia entre uno y otro eran las tristezas y angustias que los separaban a abismales kilómetros mentales; mas difícil el trabajo de penetrar en conciencias (consideradas a sí mismas banales) sin primero haber conocido las propias. El camino: el mismo, quizás distinto, los motivos: dispares y absurdos como todo en el mundo; lo cierto es que buscaban ser la nada, una forma cruel de la no existencia: ¡el auto exterminio!
Primero fueron tres, luego seis; valiosa pista para desconfiar de la única banca de concreto ubicada en el parque central. Su procedencia: una pregunta aislada de respuestas; la hora escogida: la misma de siempre, justo antes de la puesta de sol, aproximadamente a las seis de la tarde, el caso: un total misterio, considerando que lo único en común de las muertes era la hora y el lugar en el que se encontraban las víctimas.
Los representantes de la ley tardaron mucho en resolver el enigma.De lo que sí no hubo duda (justo después) fue de que el culpable era un “ser inanimado”: ¡la solitaria banca! Las primeras muertes fueron accidentales, luego, la banca servía de refugio a los valientes dispuestos a abandonar  el perecedero y ostentoso mundo terrenal, hombres que vagaban cabizbajos por las calles sin ningún anhelo de vida o esperanza de beneficio, tal vez progreso; desahuciados mentales, vivos sin alma con una llaga cubriendo sus rostros, desesperanzados sin sueños, individuos queriendo retornar a su génesis primitiva. ¡Melancólicos suicidas de una raza maldita!
Algunas veces (aun conscientes de la maldición del lugar) unos pocos se sentaban, levantándose inmediatamente arrepentidos, demasiado tarde, el daño era irreversible. Uno a uno fueron cayendo los tristes habitantes del desgraciado pueblo engrosando las filas del frio y desolado cementerio. El caos era insoportable: ¡ya hasta los niños tomaban la difícil y desquiciada decisión! El sacerdote, los vagabundos, los representantes de la ley, los niños, los ancianos y hasta los forasteros convenían en la misma decisión. Las filas eran interminables, algunos madrugaban, otros ni siquiera dormían y la mayoría se pasaban meses esperando su turno.
Se tuvieron que construir más cementerios, la mayoría improvisados en la casa de los desgraciados difuntos. A las seis de la tarde la agitación, el desespero y las peleas se multiplicaban como hormigas ansiosas saliendo de sus madrigueras. Hombres y mujeres cuidaban los puestos como bestias salvajes. Inevitablemente el pueblo  empezó a quedarse solo; los rostros de los sobrevivientes eran rostros de duda manifestada en lo problemático y complejo de tal decisión.
El caos era tal que las actividades laborales y todas las instituciones fueron abolidas; los hospitales, las iglesias, los negocios, asilos, escuelas, etc. Fueron cerrados, quedaba solo la cuasi infinita fila y la tez amarillenta a causa del poco consumo de alimentos por parte de los afligidos.
No se sabe con certeza, que llevó a los habitantes a resignarse por completo al sin-sentido y abandonar tan apresuradamente sus labores terrenales para pasar a otro “plano superior”. Lo cierto es que el pueblo quedó totalmente abandonado y deshabitado y… De tarde en tarde,  justo a las seis, se puede ver estacionado al lado de la banca, a un anciano desdentado  y decrépito que cobra a los tristes forasteros (que se atrevan a tomar la decisión) altas sumas de dinero  ¡a cambio de un suicidio digno y respetable!

un día

entra se cuela menudito el chorrito bajo la puerta caminando hasta la cama en los ojos abiertos tan abiertos como pueden estar los ojos en ese momento en el que todavía se está soñando un poco de brisa que se devuelve a la puerta para abrirla a los ojos mirando el camino allá abajo como una gran serpiente verde sol colándose entre los árboles a lado y lado enormes apretaditos árboles se mecen con el viento filtrando millones y millones de rayitos de luz caen sobre un montón de espigas amarillas como tierra menuda oscureciéndose luego junto con todo el resto negrahúmeda gotitas de agua suben una a una se meten en los poros y los árboles muy altos las escurren agitado plic tan altos que se acuestan casi sobre un lago allá al fondo esferas muy brillantes en el agua negra árboles cada vez más altos escurriendo plic extraños frutos violetas grandes como las manzanas más grandes se desprende pluuf brillante en el agua negra enorme plancton el agua lo chupa como si fuese suyo en el fondo estalla azul la yema de los dedos derramando azul espeso en cada poro plic el cuerpo escurre azul cada hebra plic hasta la hierba llena de pequeñas gotas tras de sí el bosque verde sombra se abre a los pies primero el talón y luego el resto hasta enterrar las uñas en el valle empapado de minúsculas gotitas en el cabello laaargo largo arrastrando consigo todo ese azul sobre la hierba  entre las cortezas nudosas llega hasta las copas atraviesan la noche salpican la oscuridad y ahí está el camino trepando la colinazul hasta la puerta plic en la cama el cabello suspendido se derrama interminable cada gota entre la tierra caminando en la madera reptan hasta el techo escurriendo plic sobre los párpados hasta que pluuufffffff azulinmenso

M. Carolina Pérez D.

domingo, 16 de mayo de 2010

HIERBA

                   Por Fernando Padilla Cabarcas.

La hierba inmovil en su verde color y aroma escurre en las manos la vida que fluye del amor entre seres y veo tu rostro entre nubes de humo y recuerdo aquel día sispuesto a ser el mejor ¡oh, el mejor! y tú te alejabas de mí y el humo se aleja de mí esparciendo su esencia en las casas dejando color en las cosas y mi mente recuerda las calles y pequeñas personas semejantes a mí van tras la bola que rueda entre el césped y lleva alegría semejante a la hierba que hoy llena la mente de aquel que te observa y tú dices no y el quiere un sí pero tú no dejas y yo sigo inmóvil  y la vida pasa pero yo no paso y la hierba se mueve y todo se mueve en camiones cubiertos desde ciudades hostiles llenas de mujeres con la misma sonrisa y la misma actitud igual a la tuya que dice que no igual a mamá prohibiendo el uso y el humo me ciega y ella se queda esperando a que llores pero yo no lo hago y tú te molestas cuando el fuego sube y enciende las nubes y las vuelve arcoiris que llena de paz la mente que envuelve la hierba que dice que sí y tú te enfureces y sabrá Dios qué piensas porque el verde que hoy cubre mi rostro él lo creó hace años la gente la usa y envuelve su espíritu inmerso en las sombras como tú cuando dices que no y la paciencia que abunda en mi alma se agota y vuelvo a llenarla de verde esperanza mientras aguardo tu no que deja una marca en mi cuerpo que espera tu sí como el papel encendido en mis labios ansioso de tí...

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LUZ

          Por Jennifer Pérez.
Creo ser de aqullas extrañas doncellas que odia al rey, al bufón y al príncipe por eso... "Erase una vez..." y decidí subir a la torre más alta, donde se encuentra la princesa de cabellos de oro, larga trenza y un corsé escarlata que asfixia sus perfectos senos blancos que invitan a la cópula. Esa, la que aspira a ser reina pretende no mirarme, mientras hago de voyerista y me toco  y la observo.
Ella, la que todos quieren morder mientras duerme, la que acompaña los sueños húmedos y cladestinas masturbaciones de los miembros de la corte de un rey impotente e infame. A ella quiero arrancarle los labios con un beso distinto, en donde su lengua y la mía forniquen  bañadas en cálida y viscosa saliva, verla devanecerse mientras me robo un frenético suspiro y mis dedos palpen el preludio de un enigma... su alma.
La amo porque ella es igual a mi reflejo, en sus ojos me encuentro, lasciva, perversa, callada.
Luego de escalar, la encuntro desvanecida, jugando con su cexo; los ojos rasgados de mi doncella, volcados hacia dentro de sí; boca entreabierta, agitada, levitando en su ausencia, embelesada, pintando diademas en la cerne desnuda de su vientre. Me descubro mojada, me acerco, beso sus pies y mis manos viajan a través de la simetría y lividez de sus muslos...
Suspira, sonríe, el perfecto preludio... Su lengua, sus dientes...La humedad.

martes, 11 de mayo de 2010

INFRAESPACIOS

¿A dónde me llevas ahora? No respondes, pero invento lo que dices… Tampoco te lo he preguntado, pero sabes que imagino que te pregunto cosas aunque nunca te lo haya dicho… ¿A un pueblo de pescadores, me dices? ¿Hablar con cuáles sabios? ¿Los que saben amarrar y desamarrar cuáles nudos? ¡Todos! Me dices. Los nudos me aburren, ya lo sabes… Después de un rato, mientras terminamos de sacar un trasmallo de encajes y el olor a dulces mariscos me impregna, lo entiendo: ¡Los nudos solo tienen sentido cuando los amarran pero solo los entendemos cuando los desamarramos! “Es allí donde está el secreto: no en el nudo, sino en el ejercicio de amarrarlo, no en poderlos desamarrar, sino en el tiempo que invertimos entendiendo cómo se desamarra, aunque decidamos no desamarrarlo” me dice al oído, para que tú no escuches, el viejo sabio pescador. -¡Gordias nunca creyó que le harían trampa… ni que su nudo sería… invadido… por la alejandrina… espada… fálica…! Me dices mientras haces tijeras con tus piernas… y entiendo a dónde me llevas cuando recorro desde tus ojos hasta tus pies arabescos anudados de norte a sur; de oeste a este brazo me abrazas me envuelves en tu camino que devuelve el sol cuando desamanece cada noche; cuando me pierdo en cada encrucijada, cuando me aventuro en tu infraespacio y descubro que el universo tiene sentido y creo que el viejo sabio pescador existe…. Yo, el agnóstico más acerado inoxidable, al que ningún agua bendita corroe la frente, al que todo sacerdote le parece un pícaro. ¿La creación? ¡Aquí la estoy penetrando! La estoy sintiendo mía y ella se apodera de mí, húmedas columnas de vertebrales estalactitas… Y somos nudo que nos pierde con gusto para buscarnos… Es allí donde está el placer me dices y no te escucho, pero sé que me lo dices. En la búsqueda desnuda, no en el encuentro y lo entiendo. Es aquí donde me has traído y ahora sé que anudar no es llegar… sino regresar.
WILLIAM HURTADO GÓMEZ
Cartagena, abril de 2010

lunes, 10 de mayo de 2010

POEMAS DEL SEÑOR UNDERGROUND



DEL ARBOL EN  LA MONTAÑA

En los 163 años del nacimiento de NIETZSCHE

Prométete a ti mismo
Que no lucharas por
Esas cosas que crees
Que te pertenecen
Escoge el fracaso
Escoge la derrota
Siente la punzada
En el pecho ante
El miedo al error
Llega hasta el final
Tapa tus oídos
Olvida sus palabras
Siente el vértigo
Desde aquellas alturas
Veras todo más claro
Veras lo fácil
Que es lanzarse
Cuando tú escogiste
Sin escuchar
“el consejo”
De los labios rotos
Arma tu mundo
Crea tus dioses
Crea el significado
De la soledad
Luego olvida
Continúa el camino
Quédate quieto
Dale la espalda
Al que te busca
Guarda el secreto
No te dejes tentar
Ahora todos vendrán
Por el poder
Míralos a los ojos
Y sonríe
¿Ya entendiste la
Primera Lección?

EL SEÑOR UNDERGROUND

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Lo inevitable de todo esto

Nada de arrepentimientos

Tardes ideales para matar a la familia

Hermosas madrugadas para quemar la ciudad

Nada de arrepentimientos

                                               Poesía

                                                                       Cigarros

                                                                                              Orgasmos

                                                                                                                      Resacas

Los intentos inútiles al amar

Nada de arrepentimientos

Inevitables  gajes  del “oficio” de un soñador


EL SEÑOR UNDERGROUND



Día de descanso

Día de descanso.
    Amaneció, Marco Tulio se levantó a las cuatro treinta de la madrugada, bajó a la cocina y puso a calentar el agua para bañarse. Preparo su uniforme, planchó el pantalón, el chaleco y la camisa y lustró los zapatos; luego subió nuevamente a su cuarto con el uniforme en una mano y la olla de agua hirviendo en la otra, colgó el uniforme en el perchero y se dispuso a tomar su baño matutino. Todo sucedía exactamente igual que todos los días.
     A eso de las cinco quince y luego de estar listo (bañado, vestido y peinado), Marco Tulio bajó nuevamente a la cocina a preparar el desayuno. Se puso el delantal rojo, hizo jugo de naranja, picó algo de fruta y sirvió leche y cereal en un tazón; lo puso todo en una bandeja de plata armónicamente organizado, junto con una diminuta campanilla. Se quito entonces el delantal y se colocó los guantes blancos y el corbatín y salió de la cocina con la bandeja en mano. Atravesó un pasillo largo hasta el salón comedor, y al darse cuenta que estaba vacio siguió caminando, cruzó el vestíbulo central, el recibidor de la puerta principal, siguió y paso por la sala de estar, salió al jardín y puso la bandeja en una de las mesas con sombrilla.
     –El desayuno está listo, señor –dijo, mientras sonaba suavemente la campanilla, con una voz fuerte y elegante.
    –Ya voy Tulio, ya voy –respondió del otro lado, sentado en una banca frente al estanque, un viejo, regordete, canoso y bien vestido que alimentaba  a los patos.
    Marco Tulio se quedo, entonces, de pie junto a la mesa bajo sombra espantando a las moscas mientras esperaba al señor.
   –Muchas gracias Tulio –dijo el señor mientras se sentaba a la mesa – ¿ya desayunaste tu?
   –En un momento señor –respondió Marco Tulio.
  –Tranquilo Tulio, tranquilo –replico el señor –yo puedo desayunar solo, no va a pasarme nada, vaya, vaya usted… ah, y cuando termine lléveme por favor el periódico al despacho, allá también atenderé cualquier novedad.
    Marco Tulio asintió con la cabeza, hizo una reverencia y se retiro.
    Luego de desayunar pan con mantequilla y leche, se habían hecho ya las siete y veinte, y sintiendo que el tiempo volaba, se dirigió de inmediato a la puerta principal a pasar lista, pues a esa hora llegaba el resto de la servidumbre. Y se dispuso a supervisar a cada uno en su labor: a las mucamas en las habitaciones, a las lavanderas en el cuarto de ropas, a las que sacudían barrían y trapeaban, al chef y demás cocineros que preparaban el almuerzo y al jardinero que podaba el césped, regaba y arreglaba las flores.
    Recibió y atendió muy bien, en la sala de estar, con té y galletas, a los trabajadores y empresarios que esperaban audiencia con el señor, y los hizo pasar uno por uno, organizadamente hasta el despacho: al cobrador de impuestos, abogados y demás empleados.
   De ese modo, ya para las cinco de la tarde, todos se hubieron ido dejando todo resuelto según lo que a cada uno le competía.
   Más tarde, y después de las seis cuando marco tulio hubo pasado  lista por segunda vez y despachado al último miembro de la servidumbre, él y su señor quedaron nuevamente solos en la casa.
   – ¿Se fueron todos ya? –pregunto el señor cuando Marco Tulio regreso por fin.
   –Si señor.
   –Fue un día duro el de hoy, ¿ah Tulio? Firmar y renovar tantas clausulas y contratos, revisiones, aprobaciones… ya estoy viejo para eso –Repuso el viejo y dio un profundo suspiro – ¿No lo crees?
    –No piense eso ni por un momento señor, aun le queda mucho tiempo de vida –Replico Marco Tulio con un tono respetuoso.
    – ¿Vida dices? No, ya viví todo lo que tenia que vivir: manejo mi propia empresa y está a la perfección, por lo que siempre tendré un buen sustento pues soy mi propio jefe, una casa grande… a decir verdad demasiado grande para mi solo, viudo hace dos años y con tres hijos, que como es normal, tienen ya sus propias familias de las que deben hacerse cargo, u otras obligaciones y se han olvidado ya de este pobre viejo, ¡Ja! –Rió cansadamente –Ya no tengo para quien trabajar, ha sido suficiente para mí y es tiempo de descansar.
    – ¿Pero que dice señor?, si aun goza de buena salud… –Empezó a decir  Marco Tulio, pero fue interrumpido inmediatamente.
   –Lo que escuchaste Tulio, lo que escuchaste, y tu deberías pensar igual, has trabajado duro todo estos años, es tiempo ya de tomar un descanso.
    Luego de un silencio extenso, pero no incomodo, Marco Tulio volvió a su habitación y se preparo  para dormir. Lavo sus dientes, su cara y sus manos, se puso el pijama que estaba doblado bajo la almohada, alzo la sabanas de arroparse y se acostó.
   Ya en la cama, pensó en las palabras del señor, y en que tal vez tenia razón. Él también se sentía cansado, había logrado una vida plena,  honrada y, por que no, feliz. No estaba casado, ni tenia hijos, porque así lo decidió; lo que no quiere decir que en su juventud no haya gozado de una que otra aventurilla. No se quejaba de nada, ni se arrepentía de nada “si, definitivamente había tenido una buena vida” pensó.
    A las nueve cuarenta, cuando ya estuvo entrada la noche, luego de mucho pensar en los íres y veníres de la vida, cada viejo en su habitación, acostado cómodamente en su cama, apago la luz y se entregaron, en un sueño profundo, a descansar.
Lineth Blanquicett Vasquez

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DESEOS Y EL REO

DESEOS

Por enésima vez elogia el traje usado por el maniquí detrás de la vidriera, y deseó ser ella. Y sería ella si su papá no le hubiese negado el dinero y si su novio no fuera un pobre diablo. Se resignó a estrenar ese mes. Decide alejarse de la ancha ventana del almacén, pero su cuerpo no responde. Con ojos de plástico enjaulado, ve moverse, al ritmo de sus pies, la espalda huesuda de la joven que la miraba y, nuevamente, deseó ser ella; esa que nunca vivió.

EL  REO

El reo es vigilado por los pasos de dos guardias en busca de la sala de audiencias; a su lado, la mano cálida de su mujer y en sus brazos la sonrisa virgen de su hija de cuatro meses. Al entrar, un beso doloroso en los labios gruesos de su dueña y otro en los delicados de su niñita. Estaba seguro que ese momento nunca llegaría, pero estaba ahí. No hay oportunidad de volver junto a ellas, a la celda mohosa y humeda. El tiempo es corto. Sólo un saludo monótono al abogado defensor, y la audiencia pasa tan rápido como el viaje de un sonido no escuchado. El golpe acostumbrado del martillo del juez, su voz altisonante: el reo 15973000... Es declarado inocente! La sala se llenó de gritos, lágrimas, insultos, insultos. "Mi bebé", se dijo el reo mientras los guardias le ponían las esposas. "Mi mujercita. Qué será de ellas". En contra de su voluntad fue separado de su mujer y su hija y conducido a la casa de sus días de libertad. No tuvo sino miradas de sufrimiento hacia aquellas paredes coloridas y secas que lo tienen libre
JUAN MANUEL GONZÁLEZ SEQUEDA.