jueves, 3 de marzo de 2011

TRANSGRESIÓN EN MIEL


Construir una imagen de sus ojos leyéndome no fue muy difícil. Aquello, al igual que muchas otras cosas, no creó tanto interés en mí. Recuerdo que le agradó mi lado perverso combinado con lujuria y la poca inocencia que dejaba entrever. Suponía yo que se trataba de uno más de esos hombres desesperados que les gustaba tirar su caña de cuando en cuando para ver que pez nuevo y extraño podían encontrar.
Admito que con los días mordí la caña, no dejaba de parecerme que lo que la sostenía del otro lado se veía raro y atractivo, entre otras cosas porque sabía que al igual que las olas, era de esos que iban y venían. Sin embargo, tomó para mí la importancia que quise que tuviera, me imagino que por aquella mala costumbre que tiene la vida de poner frente mis narices lo que ya tiene dueño. Igual, no dejó de ser algo extraño y excitante a la vez; tan extraño y excitante como la conversación que podría tener un pez con su captor.
Desde entonces, no olvido la manera en que revoloteaba, simulaba ser aquel pez que luego de tan excitante conversación con quien le acecha, sólo pide que sea sacado del agua para que lo tome entre sus manos y haga de él lo que quiera. Para mi fortuna, él, al igual que yo, venía de un mundo donde el mayor privilegio era ser curioso. Compartíamos los mismos infinitos deseos de explorar hasta el más oscuro e insondable mar. De donde venía, las palabras también eran importantes, y las que me regalaba eran más que éso, eran profundas palabras que entraban en mí como notas musicales que necesitaban ser escuchadas y leídas. Palabras que además fueron manos delicadas que se posaban alrededor de mi cuerpo cada vez con mayor intensidad.
Yo para entonces insistía en que todo era posible tanto en la tierra como en el cielo, y que la imaginación sería mi mejor hierba mientras todo lo dulce y amargo brotaba de nuestros pequeños  instantes. Mis manos al igual que el secreto de sus palabras, lograron llevarlo donde nunca antes había ido. Logré posar en él la intriga por conocer el poder de estas manos, de descifrar ese misterio que las hacía especiales, ese que las convertía en llaves dispuestas a descubrir los tesoros más escondidos.
No era secreto para ninguno de los dos que nos aprovechamos el uno del otro tantas veces como pudimos, como tampoco lo fue el que nos valiéramos del descuido del mundo, de la insolencia del tiempo, de los lugares más solitarios pretendiendo no sólo evitar las miradas sino también liberarnos de pudores absurdos mientras nos tirábamos donde pocos serían capaces de hacerlo. Nos volvimos pecadores, cómplices rebosantes de lujuria, con ganas de más y más. Mientras tanto yo, me preguntaba sobre el iluso que había logrado engañar a muchos con el cuento de que el cuerpo no era más que la cárcel del alma; porque había alguien que lograba hacerme sentir libre en cuerpo y alma, tanto así, que al tenerlo de frente sólo escuchaba a mi alma reír viendo de lo que era capaz mi cuerpo al disfrutar de tantos abismos, imaginando que ese era el modo más delicioso de sobrevolar jardines que me eran prohibidos. Y que a pesar de verlo ir y venir, niego que sólo fue lujuria, iba más allá de un pecado capital; era ansiedad por descubrirlo, por saber que estaba allí, era comezón en las manos por querer acariciarlo, por querer sentirlo, era inquietud en mis labios, era desespero en mis piernas, era temblor en mi mirada, era pecado mezclado con miel. Se trataba más que de aquella luna que en sueños se posaba sobre mi pecho y retenía entre mis brazos con la clara certeza de que sólo sería para mí durante las pocas horas que la noche lo permitiera. Y aunque acepto que luchaba contra mis parpados, y no por arrepentida, ni por amante, ni por joven, ni por gentil, sino por la tierra que se humedecía en mi garganta y por la ausente y presente vida que había tenido, en aquellos momentos mi única ambición era beberme la vida tan despacio como pudiera, una y otra vez, a su lado. Eso sin olvidar que perseguía lo mismo que yo en él: un viaje no tan fugaz que nos dejara lo más lejos posible del punto donde nos había recogido, donde nuestra piel se hiciera jardín en la sombra. 
Por Xururuca


miércoles, 2 de marzo de 2011

ORACIÓN

bailo, bailo como muerto

bailo pegado al piso

bailo porque no puedo llorar

por eso el movimiento de mis piernas

tras el bit electronico, no se detiene

dieciseis golpes de pura nota alta

aunque las calles esten llenas de cenizas

y mi cuerpo desgastado

no pararé de bailar

¿que alla fuera los arboles se pudren

y mama llora angustiada?

¿que me siento solo y vacio

y tu y ella y todos?

no me importa, yo bailo

me visto de sabado

un golpe y dos y tres

¡listo! ahora el planeta se deshace

la pista universobaile

espera por mi

nadie, nadie me detendrá

mañana viene acechando la rutina

uno, dos, tres golpes

y vuelvo a bailar

Por Fernando Padilla Cabarcas