La tarde en que Alicia y su amor pasaron por “La vitrina”, ella se enamoró de un oso de peluche que vio en el enorme aparador que daba a la calle; era un pequeño osito color café encerrado en una caja de cristal, con la nariz rosada y los ojos más azules que aquellos que ella tanto amaba. Miró a su compañero y le dijo: -Mi amor, ¿Me compras ese oso? –Lo siento mi reina pero no tenemos dinero ahora- La besó con mucha ternura y la abrazó para consolarla al verla tan triste por su negativa.
Después de eso, regresaron a la miserable casa que él le había comprado a su reina. Apenas entraron la tomó con delicadeza por la cintura, la llevó al cuarto con mucha dulzura en medio de besos suaves, la recostó y la amó un largo rato.
Los días siguientes, cuando caminaban para llegar al miserable trabajo donde él era el chofer y ella una de las sirvientas, Alicia veía el juguete y le pedía desesperadamente que se lo comprara porque tenía una necesidad más fuerte que ella de liberarlo esa horrible caja donde vivía. Al quinto día él le respondió: -¡Qué no Alicia, déjate de tonterías! Al único muñeco que debes amar es a mí. Pasaron diez días y ese día él respondió: -Mi reina, tú no necesitas ese oso, yo te doy cualquier cosa que desees.
Al día siguiente, respondió: -Déjame en paz, maldita perra. No te lo voy a comprar. Y otro día: -Mi reina, no te lo compro porque no quiero que sigas siendo tan caprichosa. A los quince días, él no dijo nada, su cara no tuvo ninguna reacción, ni siquiera la miró. Al llegar a la casa tomó a Alicia por su negra y larga cabellera y la lanzó repetidamente contra una de las paredes blancas y agrietadas que quedó dibujada con hermosas flores rojas. La levantó del piso, con el puño cerrado golpeó su bello y frágil rostro mientras ella gritaba adolorida. Él no había pronunciado una sola palabra; siguió golpeándola hasta que le dolieron las manos y los pies.
Alicia durmió a fuerzas en el piso un largo rato y al despertarse, lo miró sentado en el desgastado sofá concentrado en una telenovela como si estuviera sufriendo los problemas de los protagonistas enamorados. Todavía escupiendo sangre le dijo: -Yo sólo quería ese oso para nuestro bebé- Dijo esto con una mezcla de rencor y odio que sólo duraría el tiempo que sus heridas tardarían en sanar. Al escucharla, él corrió al cuarto y al regresar le puso en la manos a su mujer un rollo muy grueso de billetes que ella miró con extrañeza y le dijo: -Mi vida, esto es mucho dinero para comprar un simple muñeco. Él le besó la frente rota diciéndole: -Mi reina, yo no quiero que compres nada, quiero que mates al muñeco.
Alicia se cambió de ropa, se limpió la sangre pero aún le seguía saliendo de más de un lugar, salió a la calle y regresó con el pequeño oso. Él no dijo nada, le lanzó un beso al aire cuando la vio llegar y la miró con cinismo. Ella se tomó el jugo que le había dejado en la mesa, se sintió cansada y se durmió.
En la mañana, Alicia abrió los ojos y no veía nada, sólo sentía un fuerte dolor en todo su cuerpo; pensó que habían sido los ataques del día anterior. Recuperó la vista poco a poco y vio que tenía cristales rotos encima de la sábana que la cubría, a su lado estaba el soso acuchillado desde la frente hasta el lugar donde el fabricante lo mutiló; el relleno del oso estaba coloreado con un tinte rojo que Alicia pronto descubriría de dónde había salido.
por María Alejandra Zambrano Canoles