sábado, 25 de junio de 2011

El Taller

Sentía que su situación era igual que a la de García Madero en la primeras páginas de Los Detectives Salvajes, cargado de una profunda indiferencia. Asistía todos los sábados sin falta al taller literario, con la extraña certeza de que lo bueno no ocurriría en la sesión, sino, posteriormente, cuando acompañado de dos o tres compinches “que pensaban como él”, se sentaba a fumar y a discutir de literatura o cualquier otro asunto, en las bancas de aquella plaza tan concurrida, las noches de viernes, por maricas, drogos e intelectuales de bolsillo.
Con el pasar de los meses descubrió que un gran número de los integrantes del taller tenían una concepción de la literatura basada en el armazón tan  poco imaginativo de la academia. Todos se movían como fichas de un juego sin nombre donde lo importante no eran los jugadores, ni el juego, ni el premio; solo un anesteciamiento de la conciencia, -Una “Matazón” del sentido indefinido y maravilloso de la creación-.
Mucho de sus allegados, que conocían su naturaleza de animal solitario, le preguntaban qué lo había llevado a ingresar al taller. Él, en su jerga de burlón les respondía mientras aspiraba del cigarrillo: -Quiero que en mi biografía digan que tuve la costumbre de asistir a talleres a observar el fusilamiento de los sueños idiotas de aquellos que creen que la literatura no es un tráfico de besos y caricias-. Muchos se reían sin saber a qué se refería.
Tenía la costumbre de imaginar genocidios, mientras el director y los integrantes del taller, disfrutaban su papel de médicos forenses, diseccionando las partes inertes de “Textos prematuramente abortados” por la matriz de la borrachina madre literatura. A veces soñaba que los miembros del grupo eran palabras escritas con lápiz y que, con un borrador tenía el poder de borrarlos de la faz de la hoja absurda, que pensaba, era el mundo.
Su presencia, como la de todos en el taller, era prescindible, pero algo no careciente de ridiculez hacia que todos los sábados se despertara a las siete de la mañana, y después del ritual de la ducha y el desayuno se abalanzara contra el tráfico omnipresente de la ciudad, rumbo a la universidad pública, sede del encuentro entre Inquisidores-Víctimas y las Victimas-Inquisidores.
Esto le había llevado a pensar que El Taller era una criatura con una autonomía desconcertante que bien podía “existir” sin la presencia de alguien; una criatura abstracta con características de matadero, trinchera, burdel, hospital, cementerio y cárcel. Sus sospechas se confirmaron mientras una mañana el grupo, en silencio, analizaba un cuento. Primero escuchó un rumor como proveniente de un agujero, un rumor como de agua y lamento. Luego, sin más, escuchó una voz gutural “que no era más que la voz de todos los miembros del taller” -Lárgate maldito, crees que eres más listo que todos aquí, por un par de lecturas y por los patéticos experimentos de escritura llenas de anacronismo. Nadie quiere tu maldita presencia en esta reunión; eres una piedra en el zapato... que la madre creación se apiade de tu alma!-. Él, después de salir de la sorpresa y entender que esa voz era la materialización de los pensamientos de los talleristas, solo respondió: -Jódete-.

Desde ese día su presencia en las sesiones se volvió taciturna y era poco o nada lo que comentaba de los textos a valorar. Todos estaban consternados. Una mañana, dos meses después del suceso de la voz, mientras analizaba uno de sus textos, titulado “El Taller”, sin previo aviso, sacó de su mochila con violencia un gigantesco cuchillo de cocina y grito: -¡Voy a matar al taller!, ¡Voy a matar el taller!-. Todos se levantaron de sus puestos invadidos por el pánico porque sentían que era una venganza personal contra cada uno de ellos. Él, con la boca retorcida y los ojos inyectados de sangre como un toro y con las palabras que se le atragantaban en el intento de pronunciarlas, exigía que le trajeran El Taller para matarlo y salvar a la literatura. Todos ignoraban que deseaba acabar con la vida de la Criatura; del Monstruo que era El Taller.
Dos horas después yacía amarrado en la parte trasera de una patrulla de la policía, lanzando maldiciones contra El Taller y sus sacerdotes, los talleristas. Todos los que habían estado presentes, contaban ante las cámaras que no se explicaban cómo no los había matado, dado el tamaño del arma cortopunzante y la furia del agresor. En la emisión del medio día del noticiero 666, la presentadora con gestos de fingida preocupación, informó que en la ciudad X, un joven escritor X, que hacia parte de un taller X, trató de matar a sus compañeros porque éstos eran intolerantes con los despojos que éste escribía. Contaba que después de varias horas de forcejeo y negociaciones, la fuerza pública había logrado hacerlo “entrar en razón” garantizándole que si bajaba el arma, ellos le ayudarían a acabar con el taller.
 Luego de eso, las sesiones del taller suspendieron por cuatro meses hasta que los más afectados olvidarán el incidente. Él, duró dos años internado y tres en terapia, para convencerse que El Taller no era un monstruo, sino, un grupo de personas que se reunían para compartir sus textos y hablar de literatura. Algunos amigos que le visitaron en su estadía en la casa de reposo, lo encontraron tranquilo escribiendo cartas a escritores consagrados ya fallecidos.
El doctor que llevaba su caso se sorprendió un día, al encontrar entre sus cosas el borrador de una carta escrita a Rimbaud que decía:

Todos los ataques en contra del soñador transgresor son producto de una conspiración de un monstruo llamado “El Taller”. Usted, como yo, es víctima de su influencia. Los dos sabemos lo que es la desesperación y la incredulidad de los hombres. Usted en el infierno, yo en el vacío. Aún recuerdo, antes de que me encerrarán aquí, la voz del Taller gritándome: “¡Perdiste como los demás, yo soy la literatura, soy quien decide quién se queda y quien se va!”
Es doloroso no poder salvar a los soñadores del futuro, es dolorosa la vida...
Para crear hay que destruirse...
Yo me destruiré intentando matar al monstruo…
 Yo mataré al Taller...
Yo mataré al Taller...
 Lo prometo...

Por El Señor Underground


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