miércoles, 22 de septiembre de 2010

Lourdes

Crear un mundo aparte -pensó mientras en su rostro se asomaba un gesto de inconformidad, como cuando sabemos que ni las lágrimas ni los lamentos pueden cambiar el rumbo de las cosas-, fue la idea más rápida que cruzó en aquel momento por su mente. Y aún dentro del carro, divagaba entre la imagen perfecta para aquel mundo y el camino que sus pasos recorrerían mientras retrocedía al lugar de donde había salido.

Arrepentirse antes de entrar a aquel lugar, nunca lo consideró. Verla era lo único que quería, decirle dos o tres palabras que el tiempo le había robado y que esperaban ser enunciadas aun cuando supiera que no tendrían más refugio que el aire. Mientras pensaba en las palabras que nunca dijo, ya había pasado la puerta principal, iniciaba otra de las tantas torturas que le carcomían en silencio el alma y el corazón; y no se trataba tan sólo de aquel olor a café que se introducía lentamente como una aguja en su estómago sabiéndolo como presagio de lo inevitable, mucho menos lo eran tantas personas desconocidas tocando su hombro y pronunciando una y otra vez esas palabras desgarradoras y sin sentido que en aquel instante no podían faltar. No fue el sentirse presenciar un anti-circo en el que al igual que en sus sueños quedaba terminantemente prohibido por consenso general llevar una sonrisa o un color vivo que pudieran quitarle protagonismo al anfitrión del momento.

Pudo pensar que se trataba de la misma tristeza que desde siempre le asistía, pero esta vez era más que eso, ¿acaso no se trataba de la ausencia? ¡Sí! Efectivamente lo era, era quien la acompañaba, además de una desmedida rabia por no lograr entender lo que sucedía a tan poco pasos de ella. Quizá una respuesta hubiese sido suficiente, o no, a lo mejor no lo hubiese sido, recordó que las respuestas sólo traen más preguntas, y más difíciles. No fueron en vano las miradas que hizo en torno al lugar: sólo percibió simple curiosidad, apoderamiento del dolor ajeno, consideración, pena, consternación, tristeza y sin lugar a dudas la maldita lástima de la que siempre renegaba, esa que llegaba, quiso creer, por añadidura.

No paró de pensar en lo absurdo que sería huir, aquella ausencia la perseguiría donde se ocultara, y ella lo sabía. Ya no se trataba de desafiar, no olvidaba que generalmente las situaciones nos enfrentan a nosotros, y cuando eso sucede, no hay tiempo para tomar el control. Logró acercarse a ella, y la imagen siguió siendo tortura en medio del desierto, porque esa, sería la última vez que la vería con sus ojos aún abiertos, y con aquella sonrisa fingida que conservó hasta el último minuto.

Su compromiso como la más cercana, era cerrar aquellos ojos que se rehusaban a hacerlo, que se negaban rotundamente a ir a otro lugar, a dejar de ver cada movimiento, cada gesto y cada mirada que se arrimara junto a ella. Sabía que el acercar su mano a lo largo de ese rostro era pronosticarse la muerte junto a ella, era sacrificar hasta el último de los sueños que tenía para esperarla durante la noche.

Ese fue el momento en el que logró entender que se le había pasado la vida esperando palabras y abrazos que nunca llegaron, porque no había conocido como quisiera a quienes la habitaron, a quienes habían llegado y se habían marchado. Y fue así que todo pasó tan rápido, y lo que antes había sido claro en aquel momento ya no lo era. No hubo manera de detener el tiempo, ni siquiera de ambientar el mundo que ya había creado para estar junto aquel ser que había sido para ella más que una luz de las que muchos creen salvación.

La mano finalmente había cumplido su misión, había recorrido el pasaje frío del que tanto huía. Y ahora, cuando aquella mujer se había marchado sin dejar rastro alguno, no dejó más que una marca en las palabras y la sensación de cansancio que sostiene el alma y que a cada minuto se acrecienta tratando de impedir que sus estantes se llenen de más ausencias y olvidos.

Xururuca.

Fuego

Para Akayi



El mar ondulante y yo
me encuentro en uno de sus
vórtices,
entonces tu me miras con
esos tus ojos de gigante,
de criatura mitológica,
soñando desde este borde de
mis abismos, buscándole
respuestas a la luna,
sabiéndote inmortal en este valle
de concreto y construcciones
oníricas.
Y entonces espero, espero no
encontrarte en mis lágrimas,
soñando con penetrar más allá
de estas murallas que nos
encarcelan.
Cazando atardeceres como si
fuéramos fantasmas, criaturas
Invisibles
escarbando en la arena eso que
alguna vez llamé mi alma, ese
juguete perdido en la nefasta
inmensidad.
Descuida, es tiempo de extraer
mi piedra de la “locura”


Por: Joaquín Ramírez Jiménez

jueves, 16 de septiembre de 2010

Y aún no comprendes

Sentada en la acera, su padre la observaba con incredulidad. Perdida y opacada por la presuntuosa voz, sólo afirma con aparentes movimientos de cabeza. Atendía no muy convencida a las reglas que le imponían:
- Mira, es fácil- decía su padre,tomando medidas de la extensa calle-, no creo que sea necesario volver a repetírtelo. Sólo cruza y regresas… Después de tantos intentos fallidos todavía guardo algo de esperanza, relativamente fácil…
Sin tanto preámbulo la niña se aventuró a cruzar la calle. Con cortos pasos iba poco a poco llegando a la otra acera. De vez en cuando giraba su cabeza para ver a su padre, que con las manos indicaba que continuara. De momento un vehículo chocó con el cuerpo de la niña, unos leves giros recorrieron toda la ornamentación del vehículo alejándola algunos metros atrás. El padre corrió a socorrerla: la determinó defraudado. El cuerpo yacía destrozado, gota a gota desangrando vital energía… Tomándola por sus frágiles brazos, levantó el cuerpo marchito. Fue de nuevo a la acera. Acomodó sus pies de tal forma que tocaran el asfalto. Sostuvo como quien ensambla un maniquí, limpiando algunas manchas para poder mostrar su producto:
- No entiendo por qué se te hace tan difícil –comentó su padre-, sólo tienes que mirar a ambos lados y lo tienes… ¡Ponle ánimo, tu puedes! Después de tanta práctica no entiendo por qué aun no comprendes –lanzando a la niña a repetir el ejercicio.

Hernán Grey Zapateiro
Noviembre 1 de 2009

jueves, 9 de septiembre de 2010

Los espectros del tedio
Golpean las puertas de la habitación
Mientras un cuerpo desolado
Intenta escabullirse por la ventana.
                                                                           
Liceth Ruiz
LIZHO

lunes, 6 de septiembre de 2010

BAJO LA NEVERA VIEJA


La idea de las cosas muertas es de mi mamá. Ella siempre habla de que cuando las cosas no sirven, están muertas y van a la basura o al fondo del patio. Desde hace años pienso en el fondo del patio como el camposanto de las cosas viejas, dañadas u obsoletas. Las cosas pequeñas o que no pueden venderse al chatarrero, van directo a la caneca y se la lleva la basura los miércoles, los viernes y los lunes. En casa hay un camposanto de cosas viejas, antiquísimo, más viejo que yo, no sé qué tanto, donde van a parar todas las cosas muertas. Es  mi mamá quien decide qué se considera una cosa muerta y qué tiene arreglo. Las cosas muertas van para el final del patio, contra la pared de ladrillos que algún día fueron de ese color y ahora son verdes y marrones.
Mamá es muy organizada. Ella lleva el inventario de quiénes han sido responsables de la muerte de las cosas y además es muy justa, porque se pone estrictamente al inicio de la lista:
Mamá, una nevera de dos puertas, una estufa comida, dos ollas desculadas, un caldero requemado, un pilón en desuso, un peinador apolillado y un armario con comején;
Papá, un taxi que ya no consigue partes, un escaparate oxidado, un baúl de herramientas dañadas;
Mi hermano, una Yamaha 80 que ya no tiene más arreglo, una bicicleta machacada con un bate de aluminio y un bate de aluminio machacado;
Yo… antes decía “juguetes desarmados” pero ya no están allí, mi mamá los guarda en un arcón en el que guardaba telas y vestidos de ocasión.
Conozco bien cada rincón en el camposanto de las cosas muertas. Es aquí donde juego todo el tiempo. Desde que mi hermano dejó de jugar conmigo, creció y creció, se fue para el ejército y no volvió, ya no juego en ningún otro lugar, sino aquí, en el camposanto de las cosas muertas.
A veces juego con mi vecino, bueno yo digo que es mi vecino porque me parece que es él, no estoy seguro y no me atrevo a preguntarle para no molestarlo. De lo único que me acuerdo de mi vecino es de cuando él se metía al patio a hablar con mi papá… dizque se aburría porque vivía solo… eso era antes de poner la pared de ladrillos, y lo último que recuerdo de él, es cuando estaba ayudándole a mi mamá a lavar la ropa y mi papá llegó y como que no le gustó y pelearon y mi mamá le pegó con el pilón en la cabeza. A nosotros nos hicieron entrar, mi hermanito, que era más pequeñito que yo en esa época, no se acuerda de nada, pero yo sí me acuerdo que mi papá nos amenazaba con una palera si nos asomábamos. Entonces escuché la pala haciendo un hueco en el patio y luego los vi sacar la nevera de dos puertas que teníamos y ponerla en el cementerio de las cosas muertas y desde entonces, Polanco, el policía, visita a mi papá los miércoles y los viernes, después del camión de la basura, para que mi papá le dé una plata.
Mi mamá nos prohibió ir a jugar en esa parte del patio, pero yo siempre fui desobediente y me metía en la nevera a jugar, me encerraba y jugaba a viaje al fondo del mar con mi hermanito pero casi siempre solo, hasta un día al medio día, después del almuerzo, que me quedé dormido dentro de la nevera y me despertó mi mamá llorando y me llevaron a urgencias y después, no me acuerdo. Solo me acuerdo de ver crecer a mi hermanito, de ver a mi mamá parada frente al arcón, sin abrirlo, de ver a mi papá sentado sin hablar donde se sentaba hablar con el vecino y claro, de mi vecino, aunque no estoy seguro que es él… pero sí, sí el él y tal vez algún día, que estemos jugando entre las cosas muertas, le voy a preguntar, si él no me dice primero.

William Hurtado Gómez, agosto de 2010