Amaneció, Marco Tulio se levantó a las cuatro treinta de la madrugada, bajó a la cocina y puso a calentar el agua para bañarse. Preparo su uniforme, planchó el pantalón, el chaleco y la camisa y lustró los zapatos; luego subió nuevamente a su cuarto con el uniforme en una mano y la olla de agua hirviendo en la otra, colgó el uniforme en el perchero y se dispuso a tomar su baño matutino. Todo sucedía exactamente igual que todos los días.
A eso de las cinco quince y luego de estar listo (bañado, vestido y peinado), Marco Tulio bajó nuevamente a la cocina a preparar el desayuno. Se puso el delantal rojo, hizo jugo de naranja, picó algo de fruta y sirvió leche y cereal en un tazón; lo puso todo en una bandeja de plata armónicamente organizado, junto con una diminuta campanilla. Se quito entonces el delantal y se colocó los guantes blancos y el corbatín y salió de la cocina con la bandeja en mano. Atravesó un pasillo largo hasta el salón comedor, y al darse cuenta que estaba vacio siguió caminando, cruzó el vestíbulo central, el recibidor de la puerta principal, siguió y paso por la sala de estar, salió al jardín y puso la bandeja en una de las mesas con sombrilla.
–El desayuno está listo, señor –dijo, mientras sonaba suavemente la campanilla, con una voz fuerte y elegante.
–Ya voy Tulio, ya voy –respondió del otro lado, sentado en una banca frente al estanque, un viejo, regordete, canoso y bien vestido que alimentaba a los patos.
Marco Tulio se quedo, entonces, de pie junto a la mesa bajo sombra espantando a las moscas mientras esperaba al señor.
–Muchas gracias Tulio –dijo el señor mientras se sentaba a la mesa – ¿ya desayunaste tu?
–En un momento señor –respondió Marco Tulio.
–Tranquilo Tulio, tranquilo –replico el señor –yo puedo desayunar solo, no va a pasarme nada, vaya, vaya usted… ah, y cuando termine lléveme por favor el periódico al despacho, allá también atenderé cualquier novedad.
Marco Tulio asintió con la cabeza, hizo una reverencia y se retiro.
Luego de desayunar pan con mantequilla y leche, se habían hecho ya las siete y veinte, y sintiendo que el tiempo volaba, se dirigió de inmediato a la puerta principal a pasar lista, pues a esa hora llegaba el resto de la servidumbre. Y se dispuso a supervisar a cada uno en su labor: a las mucamas en las habitaciones, a las lavanderas en el cuarto de ropas, a las que sacudían barrían y trapeaban, al chef y demás cocineros que preparaban el almuerzo y al jardinero que podaba el césped, regaba y arreglaba las flores.
Recibió y atendió muy bien, en la sala de estar, con té y galletas, a los trabajadores y empresarios que esperaban audiencia con el señor, y los hizo pasar uno por uno, organizadamente hasta el despacho: al cobrador de impuestos, abogados y demás empleados.
De ese modo, ya para las cinco de la tarde, todos se hubieron ido dejando todo resuelto según lo que a cada uno le competía.
Más tarde, y después de las seis cuando marco tulio hubo pasado lista por segunda vez y despachado al último miembro de la servidumbre, él y su señor quedaron nuevamente solos en la casa.
– ¿Se fueron todos ya? –pregunto el señor cuando Marco Tulio regreso por fin.
–Si señor.
–Fue un día duro el de hoy, ¿ah Tulio? Firmar y renovar tantas clausulas y contratos, revisiones, aprobaciones… ya estoy viejo para eso –Repuso el viejo y dio un profundo suspiro – ¿No lo crees?
–No piense eso ni por un momento señor, aun le queda mucho tiempo de vida –Replico Marco Tulio con un tono respetuoso.
– ¿Vida dices? No, ya viví todo lo que tenia que vivir: manejo mi propia empresa y está a la perfección, por lo que siempre tendré un buen sustento pues soy mi propio jefe, una casa grande… a decir verdad demasiado grande para mi solo, viudo hace dos años y con tres hijos, que como es normal, tienen ya sus propias familias de las que deben hacerse cargo, u otras obligaciones y se han olvidado ya de este pobre viejo, ¡Ja! –Rió cansadamente –Ya no tengo para quien trabajar, ha sido suficiente para mí y es tiempo de descansar.
– ¿Pero que dice señor?, si aun goza de buena salud… –Empezó a decir Marco Tulio, pero fue interrumpido inmediatamente.
–Lo que escuchaste Tulio, lo que escuchaste, y tu deberías pensar igual, has trabajado duro todo estos años, es tiempo ya de tomar un descanso.
Luego de un silencio extenso, pero no incomodo, Marco Tulio volvió a su habitación y se preparo para dormir. Lavo sus dientes, su cara y sus manos, se puso el pijama que estaba doblado bajo la almohada, alzo la sabanas de arroparse y se acostó.
Ya en la cama, pensó en las palabras del señor, y en que tal vez tenia razón. Él también se sentía cansado, había logrado una vida plena, honrada y, por que no, feliz. No estaba casado, ni tenia hijos, porque así lo decidió; lo que no quiere decir que en su juventud no haya gozado de una que otra aventurilla. No se quejaba de nada, ni se arrepentía de nada “si, definitivamente había tenido una buena vida” pensó.
A las nueve cuarenta, cuando ya estuvo entrada la noche, luego de mucho pensar en los íres y veníres de la vida, cada viejo en su habitación, acostado cómodamente en su cama, apago la luz y se entregaron, en un sueño profundo, a descansar.
Lineth Blanquicett Vasquez
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